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El Darién: la selva del desarraigo

Por: Jaime Hernández, Laura Calvo y María José Ballén Carvajal 

El Tapón del Darién, como un corredor masivo de migración, es un entramado de raíces rotas. José Guarnizo, Edgar Álvarez y Catalina Loboguerrero, sus testigos constantes, describen sus “ires y venires” a flor de piel. 

Entre Colombia y Panamá se alza una selva imponente. La lluvia alimenta el fango que cubre los pies de los pobladores, y entre los árboles la neblina toca con frialdad el rostro de los caminantes que están a un paso de la muerte. Son 100 kilómetros de recorrido que, con hostilidad, recibe a los hombres y mujeres que en un suspiro dejan su hogar para partir al desarraigo: a la tierra de nadie. A lo lejos, el sueño americano parece desmoronarse y, entre las trizas, solo queda la supervivencia. El camino pedregoso reúne las pisadas de haitianos, venezolanos, colombianos y cubanos que se camuflan en medio de la selva y estrechan su mano con el coyote que los mira a los ojos como mercancía. Son tres días de incertidumbre por el corredor de la muerte: El tapón del Darién es un pedazo de selva que desdibuja todo rastro de humanidad.  

 

Según el Ministerio de Seguridad Pública de Panamá, en el 2022, el número de migrantes que atravesaron el Darién rumbo hacia los Estados Unidos alcanzó un récord de 250 mil, y en los tres primeros meses del 2023 se estima que han pasado más de 97 mil. Estas son las cifras oficiales, pero son más los viajeros muertos que no se encuentran en las estadísticas. De acuerdo con información de la Organización Internacional para Migrantes de las Naciones Unidas, “36 personas perdieron la vida en la Selva del Darién en 2022. Sin embargo, los casos de los que se tiene conocimiento parecen indicar que muchos migrantes mueren y sus restos no son ni informados ni recuperados”.  

Migración y derechos humanos es un reporte presentado por las Naciones Unidas. Este menciona que el 3,6 % de la población reside fuera de su país de origen.  La violación de derechos humanos hacia los migrantes se encuentra en aspectos tales como: denegación de derechos civiles y políticos, y detención arbitraria o tortura. 

Entonces, ¿es delito ser migrante?   

‘Las víctimas de la selva: así trafican migrantes en Necoclí’ y ‘Las tumbas numeradas de Acandí tenían nombre’ son crónicas escritas por el periodista José Guarnizo sobre la problemática del Darién. A través de varias visitas ha sido testigo directo de la vulneración de los derechos humanos que se vive en la región. Hace 10 años realizó su primera inmersión en la zona. Entonces, conoció a unos migrantes de Bután, un reino de Asia Central. Habían sido capturados por la policía después de haber atravesado la frontera sin documentos. A partir de ese primer acercamiento, Guarnizo concluyó que “ellos eran víctimas del tráfico de migrantes, que es el tercer delito que deja más réditos en el mundo, después de la cocaína y el tráfico de armas”.  

  

El periodismo investigativo le ha permitido a Guarnizo indagar en el panorama de la violación a los derechos humanos de los migrantes, como también desmitificar los estigmas que existen en torno a ellos. “La migración no es un delito”, menciona Guarnizo. “Puede ser subsanable. Eso no te hace un delincuente, aun así, cruces una frontera sin papeles”.  

 

Catalina Loboguerrero, periodista y antropóloga colombiana, afirma que las redes de tráfico de migrantes tienen puntos de contacto en los países de origen. Para ella, lo que sucede es lo siguiente: “hay una parte de promoción de los mismos migrantes, que a través de redes sociales van narrando y diciendo ‘yo estoy haciendo este camino de esta manera o yo me contacté con tal coyote’, entonces sirven como puentes para otras personas que quieren hacer el mismo camino”.  Es un entramado que se alimenta de voz a voz, generando una publicidad nociva que invita a cruzar la selva. Ya en el Darién se consuma la cadena de abuso que, según Loboguerreo, inicia desde el del taxista que le cobra más al africano, hasta el coyote que lo abandona porque resulta herido”. Cada eslabón es solo una ficha dentro de una lógica superior. 

A pesar de haber nacido en Bogotá, Catalina vivió desde el 2012 al 2015 en Venezuela, como una venezolana más. Tomaba el trasporte público y se mermaba entre la multitud. A partir de su inmersión fue consciente de las problemáticas de un pueblo que sobrevivía día a día, con las migajas que podía recoger, a una de las crisis económicas y políticas más agudas de la última década: el declive de la sociedad venezolana en todo el sentido de la palabra. De su experiencia, que tuvo mucho que ver con la Catalina Loboguerrero antropóloga, surgió ‘Los restos de la revolución’, una crónica tipo libro que relata desde “las entrañas de una Venezuela herida”.  

 

Su obsesión por acercarse al hecho fue lo que la llevó a empacar maletas y trasladarse de país como un pez contra la corriente. Cuando los venezolanos apenas empezaban a lanzarse en estampida fuera de su tierra, a causa de la caída de los precios del petróleo en 2013, Catalina estaba más decidida que nunca a quedarse para reportear la situación desde la primera persona, desde la carne y la información a flor de piel.  

"Los que salían en ese momento de Venezuela eran los jóvenes, que veían oportunidades de irse a estudiar a otros países y las buscaban como locos"

En ese espacio limítrofe entre Colombia y Panamá también hay organizaciones que se lucran a costa de los migrantes. “Hay una gente en el Urabá que se está volviendo rica con este drama”, dice Guarnizo. Un drama que él identifica en la muerte de los migrantes, que se da a raíz de dos situaciones: la primera, las pésimas condiciones que enfrentan cuando se embarcan en las lanchas que los llevan desde Necoclí hasta la frontera con Panamá; la segunda, la difícil travesía que emprenden cuando cruzan las selvas del Darién.  Es un recorrido de aproximadamente 7 días, en el que son guiados por los coyotes, quienes les cobran aproximadamente 100 dólares. Aunque José Guarnizo ha distinguido distintas realidades en sus visitas al Darién, reconoce que nada cambia de fondo. 

 

En la ‘Frontera del clan’, un informe de la Fundación Ideas para la Paz (FIP) sobre el crimen organizado que plaga el Darién, se establece en el 2018 el génesis del control hegemónico del Clan del Golfo sobre la región. Un fenómeno que adquiría fuerza desde hacía ya unos años sobre el Golfo de Urabá y que se agudizó con la masificación del movimiento migratorio y el cese al conflicto armado con el Ejército de Liberación Nacional en 2020. El poder de las Autodefensas Gaitanistas, otra de las denominaciones del Clan, consolidó una serie de instituciones y reglas informales que llegaron a la zona a competir con la legalidad y la presencia estatal. Evitar navegar en las profundidades de lo que la FIP llama “gobernanza criminal”, junto a los tiburones del clan, es imposible. Para mantenerse a flote hay que conocer las aguas.  

 

-  Lo más importante es crear lazos que te sirvan para saber a dónde vas a llegar. Un periodista de la región, por ejemplo. Y donde te digan que no puedes entrar, no entras.  

 

Su compromiso periodístico cruza los bordes de las páginas y trasgrede la preciada comodidad del teclado para aterrizar en los corredores selváticos del Darién o en los recovecos de los campos de refugiados. Ya sea flanqueado por árboles y nada más que el follaje espeso o por miles de carpas, entre venezolanos, africanos o afganos, Guarnizo deja colgado el uniforme de periodista apenas la historia lo envuelve.  

 

Ha sido al dictamen de esas sensaciones, las más crudas, que José Guarnizo se ha caminado los senderos del desarraigo hasta descifrar que, a lo mejor, “para hacer buen periodismo tendrías que dejar de ser periodista”. Como cuando al llegar a un campo de refugiados sirios en Grecia, una mano se estiró desde una de las miles de carpas que estaban en el lugar, para pedirle agua. 

"Ahí tuve que dejar de ser periodista a los cinco minutos"

Llegar a la frontera no es el fin, solo es el tramo donde el alma termina de desgarrarse. En sus figuras de plastilina el artista Edgar Álvarez retrata las pericias por las que tienen que pasar los migrantes. A diferencia de la mayoría de los artistas plásticos, su taller no tiene ancla. Muy en cambio, lo siguió en su aventura nómada de documentar, o más bien vivir, minuto a minuto, los afanes de los migrantes que se alistan para cruzar el Darién. 

A pesar de que a Edgar Álvarez lo asocian a menudo con los jardines infantiles, su plastilina no tiene nada de inocente. Es un material, como dice él, que acerca las personas, novedoso, que llama la atención a donde quiera que vaya. Desde hace 10 años que empezó a amasarlo, cuando lo utilizó en ‘Los Invisibles’, un cortometraje que da cuenta de la realidad de los habitantes de calle en la ciudad de Los Ángeles.  

- Aquí la gente llega por la estética y luego al tema.  

Manual de Supervivencia del Migrante para Viajar en el Darién es uno de los trabajos que ha realizado Álvarez luego acompañar a los migrantes a las puertas del temido Tapón. En este ilustra la ropa básica necesaria, los alimentos que pueden llevar y el dinero para adentrarse en la selva, no sin antes advertir al inicio del manual: “antes que nada, debemos empezar por recomendarle que no lo haga: va a correr riesgo su vida y la de las personas que lo acompañan”.  

 

Ha sido el estado sólido, colorido y humanoide de sus personajes, el que ha convertido sus figuras en casi reflejos a pequeña escala de lo que puede ocurrirles a sus protagonistas humanos.  “Los muñecos empezaron a padecer los mismos problemas del migrante en mi viaje al Darién. Entre más lleva un muñeco, más pesa, y eso mismo les pasaba a los migrantes que se iban con mucho”, menciona el artista.  Otra similitud, aunque no muy precisa, de lo que les sucede a los muñecos con lo que sufren los migrantes, es su respuesta al calor: varios muñequitos de plastilina se derretían. Un proceso que da cuenta de lo que padecen los viajeros de distintas nacionalidades al enfrentarse a las hostiles condiciones de la selva del Darién.  

 

De repente, no eran necesarias las imágenes explícitas para trastocar al lector. Ahora bastaba con la desaparición del muñeco, con el brazo, la pierna, o la oreja de plastilina que se iban cayendo por el camino. Un retrato en miniatura tal parece, valía más que mil palabras.   

 

Aproximadamente a 277 kilómetros de la Feria del Libro de Bogotá, la cantidad de migrantes que se ha lanzado a caminar por las trochas pendencieras del Darién en apenas tres meses y medio de lo que va de corrido del año 2023—en las que han sido sepultados tantísimos de sus iguales, más por el olvido que por el mismo lodo—, supera los 100.000. Si algo puede prometer un fenómeno tan impredecible y masivo como este, propulsado por una criminalidad desatada y un Estado que brilla por su flaqueza, es reventar las estadísticas y tocar los cielos.  

 

Las maneras de narrar la hostilidad del Darién parecieran ser las más íntimas. Para sentir desde lejos, o si quiera comprender a grandes rasgos lo que ocurre en sus entrañas, lo mejor resulta ser acercarse, ya sea con una grabadora, un material artístico o una agenda en mano. Porque a la intemperie, ante la naturaleza inmisericorde y la intimidación de una violencia que reina con comodidad, solo pareciera haber cabida para las historias que se tejen en tierra de nadie. 

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